El despertador comienza a sonar en la tranquila mañana, mientras todo el mundo sigue durmiendo. Son sólo las seis de la mañana. Pero para Oscar Augusto Peña es el comienzo de su día. Él mira a su esposa Stefany, que duerme, con su bebé recién nacido — el bebé que nació prematuro hace siete semanas.
Desde que su hijo nació durante la primera ola de COVID-19, Peña [su nombre fue cambiado para proteger su identidad] no lo toca. Teme contagiarlo, teme que un día él traiga el virus a casa por estar afuera y trabajar con otros.
Echa un último vistazo a su esposa e hijo y comienza a prepararse para el día de trabajo. No estará en casa hasta muy tarde ya que tiene dos empleos en los que tiene que trabajar ese día. Cuatro personas dependen de sus cheques de pago.
Tres de esas cuatro personas que cuentan con sus cheques para subsistir son su esposa y sus dos hijos, pero también su hermano que aún está en Guatemala.
“Cuando estás indocumentado necesitas dos trabajos, y se paga menos”, se lamenta Peña.
Cuando COVID-19 llegó al estado de Nevada y los negocios comenzaron a cerrar, Peña perdió uno de sus empleos. Había estado trabajando ahí durante cuatro años, lo despidieron sin siquiera darle el aviso previo.
“La semana en que nació mi hijo, fui a trabajar y me encontré con un papel que decía: Gracias pero ya no estamos abiertos…(etc.)”, y sacude la cabeza mientras recuerda el día.
Peña tuvo la suerte de encontrar otro trabajo, un puesto de limpieza en Reno, después de unos días de búsqueda.
Mientras tanto, a unas doscientas millas de distancia, en San Francisco, un santuario para los sin papeles, Venus Esmeralda Pinzo se despierta con su niño pequeño gritándole en su oído. Sus días han crecido hasta convertirse en los mismos, ya que ella, como muchos otros en los Estados Unidos, ya no tiene trabajo.
Vivir en una ciudad cara, como es San Francisco, significa que no sólo cuentan sus cheques, sino también los de su marido y hasta los de su madre. Como Peña, Pinzo no es ciudadana, pero debido a que tiene el permiso de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) puede recibir ayuda.
“Tengo suerte, sigo cobrando, no tengo que preocuparme tanto por mis facturas”, se consuela Pinzo.
No se puede decir lo mismo de Peña. Aunque su esposa es estadounidense, y paga sus impuestos, ella no recibirá ayuda, ni siquiera los US$500 adicionales para cada uno de sus dos hijos, incluyendo un niño de ocho año.
“No van a darle los cheques y tampoco a mi esposa, y eso que ellos son americanos. Si está casada con un indocumentado, no le dan nada“, se queja.
Según el periódico Los Angeles Times, más de ocho millones de personas que pagan impuestos con su número de identificación individual no recibirán los cheques del gobierno federal. California es actualmente el único estado que les pagará usando sus propios fondo – que serán financiados a través de sus impuestos y donaciones – para otorgar cheques a individuales.
Los inmigrantes que han sido afectados, y que recibirán cheques, sólo obtendrán 1,000 dólares, en lugar de los 1,200 que recibirán todos los demás residentes que declararon impuestos en 2018 o 2019 y que cumplen con los requisitos de ingresos.
Aunque Peña no recibirá esa ayuda, él entiende y no se opone al gobierno. Afirma que siente que no tiene sentido enfadarse por algo que no se puede cambiar.
“No dan … no dan … ni modo”, se resigna.
Aunque Nevada no muestra ningún signo de seguir los pasos de California en lo que respecta a dar cheques de estímulo a los indocumentados, Peña aún tiene esperanzas en el futuro.
Cuando se le pregunta sobre la posibilidad de perder otro empleo y qué es lo que haría, se ríe y responde con optimismo: “¡Mañana encontraré otro trabajo!”.